entrecopas

Entre Copas, escrita muy amentamente por Rolando Barra, aparece en cada número del suplemento IN, dentro de Periódico El Norte (se publica 4 veces al año). Me da gusto leer esta columna, en la que un hombre, Rolando, da su muy particular punto de vista sobre diversos temas, casi siempre relacionados con mujeres o con su propia vida.

Aquí les voy a poner el último texto, que me pareció no sólo divertido, sino halagador para todas las que nos traumamos con algún defecto físico que tenemos, cuando sólo deberíamos verlo como parte de nuestra atractiva/completa/compleja personalidad, pues, a final de cuentas, así nos quieren. 😀


 

Los ‘defectos’ que encantan

Entre copas / Rolando Barra

La economía del erotismo no conoce el desperdicio: en la cama ¡todo se aprovecha!

Un hombre puede prenderse con el pelo, los ojos, las curvas o el acento de una mujer; cosas obvias hasta cierto punto, pero son los lindos “defectos” los que a veces disparan la demencia amorosa masculina.

¿Hay alguien que pueda volverse loco por el extraño encanto de una cicatriz bien ubicada o, peor aún, por un callo que desafina el perímetro de un pie exquisito?

Por supuesto que sí.

El asunto se explica con varios casos, por ejemplo el de Sebastián, el más enamoradizo de mis amigos. Ya son varios jueves que llega tarde a nuestra acostumbrada cita en la cantina, pues le es muy difícil despegarse de su novia, Susana, una abogada de 38 años, pelirroja, alta, delgada.

Antes de formalizar su relación, Sebastián cometió el inocente error de platicarnos el guilty pleasure que lo tiene tan amarrado a esa mujer. A nosotros, respetuosos nada más en apariencia, no se nos olvida el dato y cada vez que Sebastián no está nos referimos a Susana como la “hermosa sirena de los pies de coral” (sí, sirena por Ariel, aquella pelirrojita de Disney).

Y es que nuestro amigo nos confesó tener un extraño, pero irresistible gusto por las malformaciones que los años de ballet le dejaron a su amada en los pies.

“Los tiene bien raros, chuecos y rasposos, pero no puedo dejar de tocárselos”, fueron sus palabras, motivadas, claro, por varias rondas de tequila y mezcal.

Susana tiene 10 adornos físicos mejores que sus pies torcidos, pero a Sebastián le encanta la parte que a ella le da más pena enseñar en la playa. Eso es lo irónico: en ocasiones las mujeres desearían ocultar un “defecto” que los hombres -o al menos su hombre- adora con una devoción que sólo se ejerce en la intimidad.

Hugo, otro integrante clave de nuestro grupito de amigos, se gana la medalla de plata entre los competidores de gustos raros desde que sale con Sandra, de 35 años, divorciada y con dos hijos.

La primera vez que la vio desnuda, dice, no pudo separar la vista de la cicatriz que la cesárea le autografió en el vientre.

“Se me hace bien cachonda esa marca”, palabras más palabras menos así lo dijo.

Iván, aspirante a psicólogo de taberna, etiquetó a este fenómeno como el “Síndrome Vanessa Paradiss”, cantante que fue mucho años la pareja de Johnny Depp y que se caracteriza por tener una hermosa cara, pero muy fea dentadura.

Según Iván, una mujer bonita se convierte en irresistible cuando se le añade un elemento desconcertante… mientras no sea el mal aliento, claro.

De mí puedo decir que he estado enamorado de mujeres con imperfecciones perfectas.

La última vez que fui a un concierto mi mirada se perdió en un tabique hermosamente desviado. Nunca una nariz me había llamado tanto la atención como ésa, precisamente por la ligera curvatura que la definía.

Aunque aquella noche no tuve las agallas de invitarla a salir, luego la casualidad se juntó con la coincidencia (y con Facebook), y dos meses después tenía frente a mí al tabique más sexy que haya visto. La desviación era más estimulante en la breve distancia de los besos.

Todavía hoy recuerdo nuestras pláticas, nuestras desveladas con alta dosis de actividad cardiovascular, su colección infinita de ropa interior y sus preguntas indecorosas en la madrugada. Pero en primer lugar está su nariz desigual.

Porque finalmente no es el callo, la cintura, el lunar, el pecho, la cicatriz, el trasero o el diente estacionado en doble fila lo que nos hace perder el sano juicio ante una mujer; no son las partes, sino la suma. Es ella entera.

Sus “defectos de fábrica” y sus aciertos estéticos, juntos, son los que se acomodan un día en nuestra preferencia y de ahí ya nadie nos saca.