
Si la vida fuera una pelea de box, diría que sigo de pie en el cuadrilátero, llevo varias caídas, no me han noqueado, de pronto lanzo ganchos y golpes muy atinados que me hacen recobrar la fe en mi misma. Ya descansé bastante entre un round y otro (me senté en mi banquillo llamado zona de confort), así que es hora de salir con optimismo, con los guantes bien puestos, pensando que puedo volver a caer a la lona, pero estaré alerta para defenderme y estar bien parada cuando lleguen los golpes bajos.
Qué fácil es decir: “Soy fuerte”, pero qué difícil es asumirlo y yo me había convencido que podría serlo cuando yo quisiera, pero me estaba mintiendo porque si andaba en la lona era precisamente porque me estaba faltando poder para tomar las decisiones adecuadas y todo por los miedos que se fueron apoderando de mi vida tan sutilmente que ya los había adoptado de manera permanente.
Cada hora, cada día debo practicar con toda mi fuerza, con voluntad. Así como el Karate Kid que empezó todo debilucho y con la enseñanza de Miyagi ganó la competencia… Así me dispongo a mostrar fuerza en detalles chiquitos, que luego me sirvan para librar grandes peleas.